Hace poco me encontré atrapado en una rutina que parecía no tener fin. Entre responsabilidades académicas y la agenda ajustada de cada semana, noté cómo la monotonía comenzaba a apagar el entusiasmo. Fue entonces cuando me hice una pregunta que terminó convirtiéndose en un punto de inflexión: ¿Qué necesita realmente mi perfil profesional para destacar? O, más profundamente aún: ¿Qué se requiere para que el ejercicio de mi profesión vuelva a encender esa chispa de motivación?
No busqué respuestas inmediatas. Me tomé el tiempo para observar, cuestionar, y sobre todo, escuchar en silencio. Y lo que descubrí fue claro: El tiempo es demasiado valioso como para ocuparlo en tareas que no nutren ni el propósito ni la identidad. Más trabajo, más responsabilidades, más productividad... no significan necesariamente más sentido.
Mientras exploraba nuevas metodologías de estudio y formas autodidactas de aprender —especialmente aquellas que no vienen con un certificado o una insignia socialmente validada—, llegué a una conclusión incómoda: La vida laboral está sobrevalorada. El valor no debería generarse únicamente desde el rendimiento en un puesto x que tal vez no resuene en un hipotético futuro, puesto y. También debería surgir desde la vida cotidiana, la experiencia en el medio, desde los pequeños logros, desde el crecimiento personal que no siempre es visible ni cuantificable.
En ese instante, apareció una idea que combinaba reflexión estoica con creatividad lúdica: ¿Y si convierto este reto profesional, esta vida profesional, en un juego?... en uno en donde la vida tenga una meta, y como consigna el subir de nivel... o una categoría alegórica a las capacidades de acción?
El reto: 160 días para subir de nivel
Así nació esta propuesta: un plan de mejora personal de 160 días. No para empezar desde cero, sino para escalar desde donde estoy —con experiencia intermedia— hacia un nivel de dominio que me permita tomar decisiones complejas, anticiparme a los problemas y desarrollar soluciones reales con impacto. No se trata del clásico camino académico de “principiante a experto”. Se trata de jugar en modo realista: Proyectos reales, retos reales, resultados tangibles. Y sí, también se trata de diversión. Porque aprender, cuando se convierte en un juego bien diseñado, puede ser profundamente transformador.
Un enfoque estoico para un videojuego profesional
Este plan no tiene jefes ni supervisores. Tiene Bosses finales. No tiene materias. Tiene quests. Y tampoco tiene descansos prolongados: porque como diría Epicteto, "la dificultad muestra al hombre". Aquí, el enfoque estoico es claro: disciplina sin rigidez, motivación sin dependencia externa, mejora sin necesidad de validación.
El objetivo: pasar del nivel 1 al nivel 100. No para demostrar algo a los demás, sino para mirar atrás en 160 días y decir: "ese fue el momento en que decidí tomármelo en serio".
Y como en todo buen juego, se vale invitar aliados. Si este camino te suena familiar, si también estás buscando subir de nivel sin perderte en el ruido de la productividad vacía, te invito a que lo compartamos.
Porque la profesión no tiene por qué ser una rutina. Puede ser una aventura. Y cada día, una oportunidad para desbloquear una nueva versión de nosotros mismos.
Comentarios
Publicar un comentario