Para muchos, el silencio es ausencia. La falta de publicaciones en redes sociales se interpreta como olvido. El no estar disponible todo el tiempo se traduce como desconexión. Pero para mí, ese silencio es otra cosa. Es enfoque. Es compromiso. Es una elección deliberada de vivir una vida distinta. Una vida estoica, donde el ruido no tiene poder, donde la mirada está dirigida hacia adentro y no hacia afuera.
Hay días en los que simplemente me desaparezco del mundo. No porque huya, sino porque regreso a mí. En un tiempo donde lo visible vale más que lo verdadero, elegí un camino que se anda con pasos firmes, aunque sean invisibles. Elegí no documentar todo, porque aprendí que no todo lo valioso necesita ser mostrado. Que el proceso interno tiene un brillo que las cámaras no capturan.
He aprendido —a veces a la fuerza, otras por simple intuición— que no se trata de tener más, sino de necesitar menos. Que la verdadera riqueza no está en lo que se acumula, sino en lo que se puede soltar sin miedo. Que el vacío que muchos temen, ese espacio entre una notificación y otra, puede convertirse en un refugio. En ese silencio que a otros les incomoda, yo encontré claridad. Y en esa claridad, propósito.
No compartir cada paso no significa que no esté caminando.
No mostrar cada logro no significa que no esté conquistando.
No hablar con el mundo no significa que no esté creando el mío.
Me he vuelto más íntimo con mis propias ideas. Más cuidadoso con mis emociones. He dejado de buscar validación en ojos ajenos y me enfoco en hacerme preguntas que solo yo puedo responder. ¿Estoy siendo fiel a lo que creo? ¿Estoy construyendo algo que tenga sentido más allá de mí? ¿Estoy viviendo con intención, o solo sobreviviendo?
Vivo una vida sin adornos. Una donde lo esencial se vuelve suficiente. Donde la calma no es sinónimo de aburrimiento, sino de profundidad. Me alejé del ruido no por desprecio, sino por respeto. Porque entendí que mi tiempo es valioso y que cada día, por sencillo que parezca, es una oportunidad de ser más. De ser mejor. De ser, simplemente.
No quiero que me recuerden por lo que tuve. Ni por lo que mostré. Quiero que, si alguien alguna vez se cruza con las huellas que dejé, reconozca en ellas el trazo firme de alguien que eligió vivir con sentido. Con dirección. Con verdad.
Porque este camino —tan corto, pero tan certero— merece ser andado sin prisa, pero con propósito. Y si eso significa quedarme fuera del ruido, del algoritmo, de la inmediatez... entonces estoy en paz. Porque sé, con certeza, que la vida que construyo en silencio… Es mi mayor forma de expresión.
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